"Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso... Con la medida que midáis, se os medirá" (Lc 6,36.38).
Estas palabras del Señor Jesús nos tocan profundamente. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado midiendo nuestra compasión, calculando nuestro perdón, racionando nuestro amor? En este pasaje, Él nos invita a un ejercicio de conversión: aprender a amar como ama el Padre.
Entre dos medidas: la humana y la divina
Nuestra naturaleza humana tiende a calcular, a medir, a sopesar el dar y el recibir. Es muy comprensible: buscamos protegernos, queremos asegurar cierta reciprocidad. Pero Jesús nos presenta una medida diferente: la medida desbordante del amor divino. La misericordia de Dios no conoce límites, no lleva cuentas, no guarda registro de los agravios.
Difícil ¿no?
El desafío de la misericordia sin límites ¿Cómo amar a quien nos ha herido? ¿Cómo perdonar lo que parece imperdonable? La lógica humana nos empuja hacia la retribución, pero el Evangelio nos llama a algo más grande. Como nos recuerda San Juan Pablo II en Dives in Misericordia, "al convertirse para los hombres en modelo del amor misericordioso hacia los demás, Cristo proclama con las obras, más que con las palabras, la apelación a la misericordia" (DM, 3).
Aprendiendo del corazón del Padre "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7). Esta promesa de Jesús nos revela una verdad profunda: al ejercer la misericordia, nos vamos transformando en imagen del Padre. Para esto necesitamos:
- Reconocer nuestra propia necesidad de misericordia: Sólo quien se sabe perdonado puede perdonar de corazón.
- Cultivar una mirada compasiva: Ver a los demás como Dios los ve, con ojos de amor.
- Practicar la generosidad sin cálculos: Dar sin esperar retribución, amar sin condiciones.
La paradoja de la misericordia
En un mundo que privilegia el juicio rápido y la condena, la misericordia parece una debilidad. Sin embargo, es en el perdón donde encontramos nuestra mayor fortaleza, en la compasión donde descubrimos nuestra verdadera grandeza.
¿Cómo podemos entonces cultivar esta misericordia en nuestra vida diaria? ¿Por dónde empezar este camino de transformación que nos asemeja al Padre? Quizá estos pasos prácticos pueden servirte:
- Examina tus juicios y prejuicios diarios.
- Busca gestos concretos de compasión.
- Practica el perdón como ejercicio cotidiano.
- Recuerda las veces que has sido perdonado.
Que María, "Madre de Misericordia", nos enseñe a tener un corazón como el suyo, siempre dispuesto a acoger, comprender y amar. Hoy, pide la gracia de ser instrumento de la misericordia divina, confiando en que al dar recibiremos, al perdonar seremos perdonados.
Una oración
Padre misericordioso, enséñame a amar como Tú amas, a perdonar como Tú perdonas, a ser misericordiosos como Tú eres misericordioso. Amén.
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