He cometido la maldad que tanto aborreces
La Liturgia de hoy nos propone meditar algunos versículos del salmo 50, con la antífona: "Misericordia Señor: hemos pecado". De esto me quiero detener hoy en los dos primeros párrafos del salmo propuesto y la relación con la primera lectura, tomada del segundo libro de Samuel.
El panorama se esclarece mucho más con la primera lectura (II Samuel 11, 1-4a.5-10a.13-17). Siguiendo el relato comenzamos a ver la diversidad de actos malos que son cometidos por David, por mencionar algunos, impureza de mirada, malos deseos, adulterio, abuso de autoridad, malas intenciones, manda matar a una persona, induce a otros a pecado mortal, etc. Se entiende mejor la desesperada súplica al Señor "Misericordia, Señor, soy un pecador", "borra en mí toda culpa".
Este hombre muestra su interior destrozado, completamente quebrado hasta los huesos y en medio de todo eso permanece el anhelo grande de regresar a ser quién era, lo muestra el salmo en su última estrofa: «Hazme sentir el gozo y la alegría y se alegrarán los huesos quebrantados».
En medio del dolor y desastre que ha dejado tanta maldad, la única respuesta es Aquél que puede entrar hasta lo más profundo y sanarnos verdaderamente, es Aquél a quien el Salmista pide con tanto fervor "Misericordia".
«Ten piedad de mí, Dios mío, por tu amor, por tu inmensa compasión, borra mi culpa; lava del todo mi maldad, limpia mi pecado».Llama la atención la particular insistencia en las peticiones "borra mi culpa", "lava del todo mi maldad", "limpia mi pecado"; hacen una rápida referencia a una persona que atraviesa por lo que describe el segundo párrafo: "reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado". De un hombre que ha cometido la maldad que tanto Dios aborrece.
«Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado; contra ti, contra ti solo pequé; hice lo que tú detestas».
El panorama se esclarece mucho más con la primera lectura (II Samuel 11, 1-4a.5-10a.13-17). Siguiendo el relato comenzamos a ver la diversidad de actos malos que son cometidos por David, por mencionar algunos, impureza de mirada, malos deseos, adulterio, abuso de autoridad, malas intenciones, manda matar a una persona, induce a otros a pecado mortal, etc. Se entiende mejor la desesperada súplica al Señor "Misericordia, Señor, soy un pecador", "borra en mí toda culpa".
Este hombre muestra su interior destrozado, completamente quebrado hasta los huesos y en medio de todo eso permanece el anhelo grande de regresar a ser quién era, lo muestra el salmo en su última estrofa: «Hazme sentir el gozo y la alegría y se alegrarán los huesos quebrantados».
En medio del dolor y desastre que ha dejado tanta maldad, la única respuesta es Aquél que puede entrar hasta lo más profundo y sanarnos verdaderamente, es Aquél a quien el Salmista pide con tanto fervor "Misericordia".
Hola... muy buena iniciativa, te felicito, espero que puedas seguir compartiendo estas meditaciones que ayudan mucho...
ResponderEliminarSaludos
Gracias Andrés, contamos con tus oraciones por este servicio.
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