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Fuego sobre la tierra

El Evangelio que nos toca hoy (San Lucas 12, 49-53) comienza con una cita que siempre cuestiona mucho y muestra la fuerte sintonía entre el Hijo y el Padre. «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Los primeros versículos tienen todo el contenido en donde el Señor Jesús muestra este, no sólo ardor, sino angustia, como él mismo lo dice, para que se cumpla el Plan del Padre, arrojar fuego sobre la tierra, el fuego de la Verdad que es su mismo Hijo, y al contacto de esa verdad con lo que es del mundo se produce división. Porque el Mundo no es capaz de aceptar esa verdad que irrumpe y desordena lo que él ordena a su parecer, llevado por sus gustos. La Fuerza de la Verdad de Cristo, es la que golpea y desacomoda al acomodado, rompe con los esquemas de este mundo...

Del pecado al Servicio de Dios

«Pues si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad», dice San Pablo a los Romanos, según nos los recuerda la primera lectura de hoy. Sirviendo a la impureza y al desorden en otros tiempos de mayor consentimiento del pecado, tiempos de esclavitud con el pecado. Como el mismo apóstol señala en el versículo 21 «¿Qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas que al presente os avergüenzan? Pues su fin es la muerte». Ahora, más conscientes, vivimos avergonzados de los frutos de aquellos tiempos, vergüenza nos debe dar esa cosecha. En el versículo 22 San Pablo nos presenta nuestro nuevo horizonte «Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna». El fin efectivamente es este, el de la vida eterna. Pero debe haber una gran ruptura que está definida por la respuesta ¿A quién sirves? No podemos servir...

Nosotros somos de Dios

Guiados aún por la pregunta que nos suscita el Evangelio del Domingo pasado ¿Qué es de Dios? las lecturas de la liturgia de estos días han ido respondiendo de a pocos.  El día lunes el Evangelio según San Lucas ilumina más la reflexión sobre las respuestas para aquella pregunta, con una parábola, en donde Dios le dice al hombre necio, luego de advertirle que esa misma noche morirá: «Lo que has acumulado, ¿para quién será?». Enseñando con esto que los frutos de nuestras obras deben ser de Dios, deben ser ofrecidos a Él, por lo tanto nuestros actos deben ser dignos de Dios; es como cuando reconocemos una buena marca de un automóvil o cierto producto, sabemos que el rendimiento de dicho artículo u objeto será digno del nombre de marca que lleva, es decir, su rendimiento habla de su fabricante. Nuestros actos, como cristianos auténticos que queremos ser, es decir verdaderos seguidores de Cristo, deben hablar de su presencia en nuestras vidas. Bajo esto entonces debemos acumular teso...

¿Qué es de Dios?

Esta es la pregunta con la que abrimos esta semana y que nos la plantea el Evangelio del primer día de la semana, el día del Señor, el Domingo. Escuchábamos pues en el Evangelio de la Misa que el Señor luego de haber visto la intención con malicia de los que le preguntan si es lícito o no pagar el tributo al César, responde: «Mostradme la moneda del tributo. Ellos le presentaron un denario. Y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción? Dícenle: «Del César.» Entonces les dice: «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios» . Al respecto el Papa Benedicto XVI, el día de ayer, hizo una reflexión en la que me apoyo y uso como guía: (...) El tributo a César se paga, porque la imagen en la moneda es suya; pero el hombre, todo hombre, lleva consigo otra imagen, la de Dios, y por tanto es a Él, y sólo a Él que cada uno es deudor de la propia existencia. Los Padres de la Iglesia, que se basan del hecho que Jesús se refiere a la imagen del Emperador acuñada...

El apóstol debe rezar por las personas a las que les anuncia el Evangelio

En la segunda lectura de ayer Domingo, San Pablo nos da una lección a todos los discípulos del Señor que hacemos apostolado, es decir que anunciamos con nuestra vida, testimonio y palabra, a Cristo. Dirigiéndose a la Iglesia de los Tesalonicenses, en su primera carta hacia ellos, manifestando que está con Silvano y Timoteo, dice en el segundo versículo: «En todo momento damos gracia a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones». No basta pues el primer momento del anuncio, que es en donde además, por obra del Espíritu Santo, la persona que ha tomado contacto con el apóstol, se asombra ante la presencia de Cristo en su vida, con diversas manifestaciones del Señor. San Pablo propone con su ejemplo, rezar por aquellos que antes ha visitado y a los que les ha anunciado el Evangelio, en todo momento da gracias a Dios por ellos y los tiene presente en sus oraciones, los recuerda sin cesar.