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Del pecado al Servicio de Dios

«Pues si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad», dice San Pablo a los Romanos, según nos los recuerda la primera lectura de hoy. Sirviendo a la impureza y al desorden en otros tiempos de mayor consentimiento del pecado, tiempos de esclavitud con el pecado. Como el mismo apóstol señala en el versículo 21 «¿Qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas que al presente os avergüenzan? Pues su fin es la muerte». Ahora, más conscientes, vivimos avergonzados de los frutos de aquellos tiempos, vergüenza nos debe dar esa cosecha.

En el versículo 22 San Pablo nos presenta nuestro nuevo horizonte «Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna». El fin efectivamente es este, el de la vida eterna. Pero debe haber una gran ruptura que está definida por la respuesta ¿A quién sirves? No podemos servir a dos señores. Y eso debe quedar claro en nuestra respuesta en la mente ante las ocasiones de pecado, ocasiones que nos pueden llevar a regresar al tiempo anterior y caer en el desorden. El NO debe ser potente, decidido, claro para mí y para los demás, a veces ése no se queda en una claridad hacia nosotros pero un campo ambiguo hacia los que nos rodean y esto es peligroso, pues terminamos dejándonos espacios para pequeños consentimientos.

Entonces «libres del pecado» y más bien siervos de Dios, es decir trabajar para él, todo nuestro ser a su servicio, (Mente-Cuerpo y Espíritu), daremos frutos de santidad, son frutos que nos llevarán a la santidad, cuyo fin es la vida eterna.

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