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"El susurro de una brisa suave"

Como el susurro de una brisa suave es la oración, el momento de diálogo con Dios. A veces con criterios que no son de Dios, más bien, del mundo, esperamos que la respuesta del Señor ante nuestras peticiones o largos ratos de oración sobre algunos asuntos, sean muy visibles con signos claros, y algo fuerte como para darnos cuenta en medio de nuestro tan atareado ritmo cotidiano, en donde muchas veces nuestra relación con el Señor queda en segundo plano.

La primera lectura del día de ayer Domingo, día del Señor, nos da una buena lección sobre este asunto, que creo será una buena pauta para vivir en esta semana. En el libro I de Reyes, hacia el capítulo 19 (19, 9a. 11-13a, para ser exactos), el profeta Elías había llegado ya al monte Horeb, y es en donde le fue dirigida la palabra de Yahveh: "Sal y ponte en el monte ante Yahveh". La idea era que debía esperar el paso de Yahveh.

Comienza con el paso de un huracán fuerte, pero en él no está Yahveh, luego viene un temblor, y tampoco encuentra a Yahveh, después del temblor sigue fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego, finalmente pasa el susurro de una brisa suave, entonces Elías oye esto, cubre su rostro con el manto, salió y se cubre el rostro con el manto, salió y se puso en la entrada de la cueva, allí habló con Yahveh.

No es dificil darnos cuenta de dos cosas en esta lectura: En primer lugar la manifestación del Señor, como un susurro de una brisa suave, y en segundo lugar la actitud de Elías que escucha, que está a la espera del paso del Señor. Es necesario tener la actitud de Elías para darnos cuenta que el Señor está pasando por nuestra vida, para escuchar su llamado, para escuchar lo que nos dice, sus instrucciones para nuestra vida.

"Al oirlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva".

Elías está a la expectativa del paso de Dios, está expectante, no hay otra cosa más importante que eso en la circunstancia en la que se encuentra. Es por eso que oye el suave susurro de la brisa, y rápidamente se pone el manto y sale al encuentro de su Señor.

Podríamos preguntarnos si esta es nuestra actitud en el día a día. ¿Estoy a la espera del paso del Señor? o más bien para mí son más importantes otros asuntos, por eso que si espero, lo hago pensando que su paso será algo que irrumpirá con fuerza lo que ya estoy haciendo, irrumpirá mi momento de estudio en el colegio o en la universidad, o quizá mi momento de trabajo, algo así como un huracán o temblor, quizá fuego, que llame mi atención y haga que gire totalmente hacia él.

Una vez más el Señor nos muestra que se manifiesta en el silencio, en lo suave del susurro de una brisa. Si no tenemos la actitud de Elías, de estar a la espera del Señor, no podremos darnos cuenta de ese susurro y simplemente pasará sin que nos demos cuenta. Nos habremos perdido del diálogo con el Señor.

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