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¿Dónde estabas cuando el Señor vino a visitarte?

Una breve meditación sobre el Evangelio de hoy (Lc 19, 41-44) 41 Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, 42 diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. 43 Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, 44 y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita». Es motivo de lágrimas para el Señor que esta ciudad no conozca el mensaje de paz que él trae. Es algo que "ha quedado oculto a sus ojos". Entristece ver cuando una persona o toda una ciudad no reconoce lo esencial en sus vidas, cuando rechazan vivir de su identidad, de su ser personas y de su llamado a la grandeza, ante ése mensaje de la paz, que Jesús trae, muchos tienen ojos y oídos, para verlo y escucharlo, pero no lo ven, no pueden escucharlo, y esto provoca ...

¿Qué quieres que haga hoy por tí?

¿Qué quieres que haga por tí? nos pregunta hoy el Señor Jesús, pero esta pregunta la realiza en el contexto de algunas particularidades que hacen mucho más interesante la respuesta del Señor. Leamos el Evangelio... 35 Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; 36 al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. 37 Le informaron que pasaba Jesús el Nazoreo. 38 y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» 39 Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». 40 Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: 41 «¿Qué quieres que te haga?» Él dijo: «¡Señor, que vea!». 42 Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». 43 Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios. El grito pidiendo ayuda El ciego de...

Mis ojos le mirarán

La primera lectura de hoy, conmemoración de los fieles difuntos, es tomada del libro de Job, en su capítulo 19, versículo 26 al 27 dice: «Tras mi despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios. Yo, sí, yo mismo le veré, mis ojos le mirarán, no ningún otro». Al leer esta hermosa declaración, luego de los versículos anteriores, y conociendo un poco la historia de Job, conmueve la firmeza con la que dice: "Yo mismo le veré, mis ojos". También invita esto a reflexionar sobre la responsabilidad de ese encuentro con Dios, ése que viene con la muerte, "tras mi despertar", esta no es más que responsabilidad de cada uno, como bien indica Job "mis ojos le mirarán, no ningún otro". Desear que esto suceda implica trabajar de manera esforzada y sacrificada para ganar la virtud que me lleva a la limpieza que necesito para ver a Dios, estar con los trajes de la boda, limpios, y él me verá y así mis ojos lo verán, no otros, los míos. Por lo tanto no...

Fuego sobre la tierra

El Evangelio que nos toca hoy (San Lucas 12, 49-53) comienza con una cita que siempre cuestiona mucho y muestra la fuerte sintonía entre el Hijo y el Padre. «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Los primeros versículos tienen todo el contenido en donde el Señor Jesús muestra este, no sólo ardor, sino angustia, como él mismo lo dice, para que se cumpla el Plan del Padre, arrojar fuego sobre la tierra, el fuego de la Verdad que es su mismo Hijo, y al contacto de esa verdad con lo que es del mundo se produce división. Porque el Mundo no es capaz de aceptar esa verdad que irrumpe y desordena lo que él ordena a su parecer, llevado por sus gustos. La Fuerza de la Verdad de Cristo, es la que golpea y desacomoda al acomodado, rompe con los esquemas de este mundo...

Del pecado al Servicio de Dios

«Pues si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad», dice San Pablo a los Romanos, según nos los recuerda la primera lectura de hoy. Sirviendo a la impureza y al desorden en otros tiempos de mayor consentimiento del pecado, tiempos de esclavitud con el pecado. Como el mismo apóstol señala en el versículo 21 «¿Qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas que al presente os avergüenzan? Pues su fin es la muerte». Ahora, más conscientes, vivimos avergonzados de los frutos de aquellos tiempos, vergüenza nos debe dar esa cosecha. En el versículo 22 San Pablo nos presenta nuestro nuevo horizonte «Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna». El fin efectivamente es este, el de la vida eterna. Pero debe haber una gran ruptura que está definida por la respuesta ¿A quién sirves? No podemos servir...