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Estar pendiente de su Palabra

Estar pendiente de algo implica estar preocupado, atento en algo que se espera, hay mucha expectativa sobre ese "algo" por esta razón nuestra atención se dirige hacia ello. En el Evangelio de hoy ( Lucas 19, 45-48 ) hacia la última línea se da una clave que llama la atención; además de la actitud del Señor en respuesta a la poca reverencia frente a la casa de Dios, que es una casa de oración, se trata ahora de los sumos sacerdotes, letrados y senadores del pueblo quienes querían hacer algo en contra de Jesús, para quitárselo de en medio y dice el Evangelio que "se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios". La actitud del Pueblo es la que despierta la atención, ellos tenían expectativa en lo que el Señor Jesús pronunciaba, esperaban su Palabra, estaban pendientes de sus labios. ¿Es esta nuestra actitud? ¿Nos preocupamos por escuchar con atención sus enseñanzas?

Dulzura y ardor

 "...al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor" le dice el ángel a Juan en la primera lectura que meditamos en la Liturgia de la Palabra de hoy ( Apocalípsis 10, 8-11 ), entonces Juan hizo lo aconsejado y experimentó lo descrito, luego de ello se le dijo: "Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes". Lo que Juan sintió dulce como la miel era el librito que le fue dicho que se lo coma. Éste es dulce al paladar, pero luego de esa dulzura viene un ardor que es lo que nos impulsa al anuncio, como queda dicho en la misión que se le propone a Juan luego de su experiencia. A él se le invita a profetizar, a nosotros se nos pide anunciar, no debemos quedarnos en la dulzura solamente, se produce el ardor cuando hemos digerido en el estómago, cuando hemos masticado y extraído todos los nutrientes que nos da la Palabra de Dios, ése ardor nos impulsa a proclamar, anunciar.

Ayudar a que reconozcan al Señor

Aquellos que reconocemos al Señor Jesús, como el discípulo amado que lo vio de lejos y le dijo a Pedro y a los demás que estaban con él en la barca "es El Señor", o como Juan el Bautista que ve pasar al Señor a lo lejos y le indica a sus discípulos "He ahí el Cordero de Dios", así nos corresponde ayudar a los demás, nuestros hermanos, a reconocerlo, debemos mostrarles quién es el Señor y señalarles donde está. Tenemos que ayudar a que reconozcan la visita de Dios, para que se conviertan y crean en el Evangelio y conozcan la Vida Eterna, la anhelen, se arrepientan de sus pecados con el Señor buscando vivir siempre en adelante aferrados a él. Éste es un camino que también es siempre el nuestro.

Negociad mientras vuelvo

El Señor nos ha pedido que trabajemos con los dones que Él nos ha dado a cada uno. Así nos debe quedar claro al escuchar y meditar el Evangelio que la liturgia nos propone hoy (Lucas 19, 11-28). Comencemos meditando en estas primeras líneas «"Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: "Negociad mientras vuelvo"». Ha dicho el Señor "negociad". El término negocio deriva de las palabras latinas "nec" y "otium", es decir, lo que no es ocio. Se entiende entonces como una ocupación, quehacer o trabajo con una utilidad. El Señor nos ha dado unos dones que debemos poner a trabajar, evidencia al holgazán, él pide nuestra cooperación con esos talentos recibidos, tenemos que ponernos a trabajar con lo que nos ha dado. Él volverá y nos preguntará qué hemos hecho con lo encargado.

¿Qué quieres que haga por ti?

En el Evangelio de hoy podemos descubrir una pronta respuesta de parte del Señor ante un esfuerzo humano por buscar ser curado. Leamos con atención... «Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. “Señor, que yo vea otra vez”. Y Jesús le dijo: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado”. En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios».  (San Lucas 18,35-43).   En primer lugar está el ciego que al escuchar que pasaría cerca de él Jesús de Nazaret...