Hagamos lo que el Señor quiere
¿Cuál es el motor de lo que hacemos cada día? ¿Qué nos mueve? ¿Cuál es nuestro norte, nuestra meta? ¿Qué nos motiva? me hago estas preguntas al meditar en el pasaje en el que el Señor Jesús luego de dar de comer a cinco mil hombres, luego de que sus discípulos lo vean caminar sobre el mar, la gente sigue buscando al maestro y cuando lo encuentran él responde a sus discípulos "les aseguro que no me buscan por los signos que vieron, sino porque comieron pan hasta saciarse". Aquí se plantean las dos motivaciones que podemos tener día a día, una es la del Señor, es decir de buscarlo por los signos que el hace en nuestra vida en cada momento, y la otra es la que nos plantea el mundo, la que va según nuestros gustos, la propuesta según nuestras conveniencias, es decir buscar al Señor sólo por interés, que él nos dé lo que necesitamos.
El mundo nos enseña a buscar las cosas fijándonos más en nuestros intereses y no nos motiva a buscar un bien común, un bien para los demás. En el Evangelio de hoy (Jn 6, 22-29) el Señor nos invita a trabajar no por el alimento que se acaba sino por el alimento que permanece para la vida eterna, aquél que nos lo da el Hijo de Dios.
Cuando hacemos las cosas que hacemos nos debe motivar no el alimento que perece sino que le permanece eternamente, es decir, hacer lo que hacemos porque buscamos a Cristo que es quien nos lo da, porque queremos vivir en la eternidad, ése es nuestro norte, que los vientos presentes, del mundo, no nos zarandeen por otros lados, que no nos desvíen, dejémonos más bien llevar por el viento del Espíritu Santo, que nos lleve por donde él quiere, esto es lo que el Señor quiere.
El mundo nos enseña a buscar las cosas fijándonos más en nuestros intereses y no nos motiva a buscar un bien común, un bien para los demás. En el Evangelio de hoy (Jn 6, 22-29) el Señor nos invita a trabajar no por el alimento que se acaba sino por el alimento que permanece para la vida eterna, aquél que nos lo da el Hijo de Dios.
Cuando hacemos las cosas que hacemos nos debe motivar no el alimento que perece sino que le permanece eternamente, es decir, hacer lo que hacemos porque buscamos a Cristo que es quien nos lo da, porque queremos vivir en la eternidad, ése es nuestro norte, que los vientos presentes, del mundo, no nos zarandeen por otros lados, que no nos desvíen, dejémonos más bien llevar por el viento del Espíritu Santo, que nos lleve por donde él quiere, esto es lo que el Señor quiere.
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