Que nuestra fe se apoye en el poder de Dios

De la primera lectura para el día de hoy...
I Corintios 2, 1-5 
Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.  
Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Ví una película sobre la vida del papa Juan Pablo I y meditando esta cita de la carta de San Pablo a los Corintios pienso en la vida de este gran hombre Albino Luciani, que no hace otra cosa en su papado que mostrarnos el poder de Dios, podríamos decir como a través de otros nuestro Señor lo ha hecho, entenderemos al conocer un poco más sobre la vida de estos hombres que entregaron sus vidas en las manos de Dios y el Espíritu Santo era quien siempre los condujo y ellos se dejaban llevar.

San Pablo hoy nos dice que se presenta débil y temblando de miedo y quiere dejar claro que lo que habla, lo que enseña, todo lo que dice no lo hace con persuasiva sabiduría humana sino por la manifestación y el poder del Espíritu, invitándonos luego a que nuestra fe se apoye en el poder de Dios y no en la sabiduría de los hombres.

Y es que muchas veces nos acostumbramos a ver las obras humanas y miramos todo desde esta realidad, sucede que en muchas cosas es Dios quien actúa, y cuando nuestros ojos se han quedado en lo horizontal y vemos las cosas como con una visera que cubre nuestra mirada impidiendo que levantemos los ojos hacia arriba, hacia la acción de Dios.

Dos cosas. Quitémonos la visera y comencemos a mirar hacia arriba para poder ver con la mirada de Cristo la realidad, la nuestra y la del mundo en el que nos ha tocado vivir; y en segundo lugar, dejemos que el Señor sea quien obre en nosotros, dejémonos guiar por el Espíritu Santo, para esto es preciso que yo disminuya para que él sea el que crezca en mí, y esto amigos es un ejercicio que debe hacerse cada día, combatir con los deseos y pensamientos que me llevan a hacer lo que me provoca, pues muchas veces las cosas que nos pide el Señor nos costará, incluso no las entenderemos en ese momento, sólo leyendo desde unos años más adelante comprenderemos un poco de lo que el Espíritu Santo quería para nosotros. Dejémonos conducir por él.

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