En la primera lectura de hoy nos encontramos con esta línea hacia el final de la cita de Ezequiel en donde no hace muchas palabras que comenzó a relatar su visión, «...Y me dijo: Hijo de Adán, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras». Luego de haberle dado de comer un rollo, según cuenta de su visión, le dice que se dirija al pueblo de Israel y que proclame sus palabras, le pide que le hable a Israel. Cuenta también Ezequiel que cuando recibe el rollo escrito le sabe dulce como la miel, y es así la Palabra de Dios, dulce como la miel, bueno para nosotros, y podemos ver en esta misión del profeta Ezequiel también una para los que meditamos la Palabra de Dios, anunciarla, proclamarla al mundo, hay que hablar de ella, hay que dar testimonio de la Palabra de Dios, de lo que encontramos en la Sagrada Escritura.
" Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso... Con la medida que midáis, se os medirá " (Lc 6,36.38). Estas palabras del Señor Jesús nos tocan profundamente. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado midiendo nuestra compasión, calculando nuestro perdón, racionando nuestro amor? En este pasaje, Él nos invita a un ejercicio de conversión: aprender a amar como ama el Padre . Entre dos medidas: la humana y la divina Nuestra naturaleza humana tiende a calcular, a medir, a sopesar el dar y el recibir. Es muy comprensible: buscamos protegernos, queremos asegurar cierta reciprocidad. Pero Jesús nos presenta una medida diferente: la medida desbordante del amor divino. La misericordia de Dios no conoce límites, no lleva cuentas, no guarda registro de los agravios . Difícil ¿no? El desafío de la misericordia sin límites ¿Cómo amar a quien nos ha herido? ¿Cómo perdonar lo que parece imperdonable? La lógica humana nos empuja hacia la retribución, pero el Evangelio nos lla...
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