Un corazón quebrantado y humillado

El autor inspirado escribe en el Salmo No. 50, el que hoy meditamos en la Liturgia de la Palabra: "Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias". Somos frágiles, es cierto, somos débiles criaturas de Dios, también esto es cierto. Un espíritu quebrantado describe a una persona que padece un dolor inmenso, que tiene un corazón roto. Y es que las malas acciones, las acciones pecaminosas nos llevan, cuando somos conscientes de ello, a un profundo dolor, el espíritu se quiebra, se quebranta, se rompe, y esta ruptura produce un alejamiento de Dios que se va dando de manera paulatina.

Dice el salmista, entonces, que el Señor no desprecia, más bien llama, a aquellos que están con el corazón partido, roto, aquellos, que producto de malas  acciones se van alejando. El Señor quiere a aquellos que viven con el corazón quebrantado y humillado. Hablamos de una persona que se quiere inclinar y pedir perdón. Que ante actos equivocados la conciencia reacciona y lo que hay en su interior quiere volver a vivir, quiere volver a Casa, esa vuelta es la conversión a la que con esta experiencia se inicia el camino.

Somos débiles, sí, pero el Señor nos ha prometido su compañía, para que con él salgamos adelante, con él volvamos juntos a casa.

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